Por Pegaso
Andaba yo sobrevolando el fin de semana por los puentes internacionales de Mission, Hidalgo y Pharr para ver si era cierto que todos estaban más vacíos que el cráneo de Peña Nieto, y efectivamente, todos ellos presentaban un aspecto inédito.
De vez en cuando se veían pasar algunas bolas de cardo impulsadas por el viento, tal como ocurre en las películas del viejo oeste, cuando el vaquero llega a un pueblo fantasma.
En las casetas de vigilancia los guardias varones se dedicaban a rascarse las joyas de la familia mientras que las mujeres se pintaban las uñas displicentemente, esperando que llegara algún despistado para la revisión de rutina.
Y bueno. En las redes sociales hubo una convocatoria precisamente para boicotear las tiendas de McAllen que al parecer, al menos durante uno o dos días dio algún resultado.
Sin embargo, los fronterizos hemos desarrollado una especie de dependencia hacia la macaleada. No podemos durar una semana sin que nos ataque el síndrome de abstinencia. Los aparadores de las tiendas nos llaman como el Flautista de Hamelin a los ratones, y ahí vamos nosotros, hipnotizados, a gastarnos los dólares que hemos comprado a precios estratosféricos.
La macaleada se volvió un vicio para los residentes fronterizos desde mucho tiempo atrás.
Yo recuerdo, cuando era un pegaso chaval, que una tía venía a visitarnos cada domingo, y siempre nos traía una buena cantidad de mandado: Fideo marca Vermicheli, manteca vegetal Pure Lard, palomitas de maíz acarameladas Cracker Jacques y muchos otros productos que consumíamos con fruición.
Más adelante, ya con mi propia familia, por lo menos una o dos veces por mes íbamos a comprar algo para la despensa y eventualmente nos lanzábamos a la Isla del Padre para pasar una tarde agradable.
Yo en lo particular disfrutaba de la rica comida del Luby’s, el Golden Corral o el Crazy’s, y mi pegasita disfrutaba de ir a la Plaza Mall, a Target o a Wal Mart.
¡Qué tiempos aquellos, tan cercanos, pero a la vez tan lejanos!
Llegará un día, sin embargo, en que será aún más difícil trasponer la frontera.
Por principio de cuentas, el gobierno de Estados Unidos nos cancelará la visa láser y nos obligará a tramitarla nuevamente a un costo de mil dólares o más por persona.
Una vez que tengamos el documento, debemos hacer kilométricas colas en los puentes porque en las entradas que tenga el muro habrá militares con caras de pocos amigos, perros amaestrados y robots como los de la película Terminator, cuidando que no pase un solo mojado o terrorista islámico.
Así se las gastarán los gringos a partir de ahora.
A los mexicanos sólo nos quedará resignarnos a no ir los fines de semana a comprar el mandado en El Globo o en el HEB.
El llamado al boicot de marcas gringas, como la Coca Cola, Starbucks, Home Depot, Pepsi Cola, Ford y muchas más a las que estamos acostumbrados, por otro lado, no ha tenido éxito.
Los albañiles siguen tomándose su Coca Cola con su torta de jamón y la gran mayoría seguimos yendo al McDonalds o al Shirloin Stockade.
Quienes convocan a consumir lo nuestro sugieren que adquiramos productos nacionales que sustituyan a los importados.
México siempre ha sido un importante mercado para los norteamericanos, lo que nos convierte en socios comerciales.
Ahora, con la amenaza de que se saldrán del Tratado de Libre Comercio, otros países productores, como China y Japón esperan cubrir el hueco y llenar nuestras tiendas de artículos llegados del lejano oriente.
Por ejemplo, en lugar de comprar automóviles Ford o Chevrolet, tendremos que buscar los carros de la marca Toyota, Nissan o Honda.
O bien, cuidar nuestros carritos, como lo hacen en Cuba desde la década de los cincuenta.
Quien sabe, tal vez dentro de varias décadas estaremos manejando puros clásicos, como ocurre en tierras cubanas.
Aquí está el refrán mexicano: «Considera que su persona es equiparable a la postrera bebida elaborada a base de extracto de cola y edulcorantes de conocida marca en todo el yermo». (Se cree la última coca cola del desierto)