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DE PEROGRULLO

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DE PEROGRULLO

¡Ya está decidido!

Por Ernesto Parga Limón

“Lo cotidiano es en sí mismo ya maravilloso. Yo no hago más que consignarlo”

Frank Kafka

Ya está decidido, parece ofensivo adelantarse, pero ya está decidido. Esta vez, como pocas veces en la vida, los seis estamos de acuerdo sin mediar discusión alguna. Cuando ella muera eso haremos. Es justo el homenaje que merece, aunque aún no nos queda claro cómo lo haremos. Démosle tiempo al tiempo, al parecer falta mucho para que esto suceda ya que goza de estupenda salud. Lo importante es que ya está decidido.

Aún recuerdo cuando llegó, a algunos de nosotros nos incomodó un poco su presencia, desde luego a mí ya que era una boca más que alimentar; y ya lo saben, sobrar lo que se dice sobrar, nunca sobra. Tampoco es que me arrepienta y me fustigue por haber sentido ese inicial rechazo, me queda claro que nunca se lo manifesté abiertamente. Además, uno siente lo que siente y no hay más que discurrir sobre este punto.

Hoy que ha pasado el tiempo y que ella ya está en el ánimo de todos, sé que como yo, en algún momento, todos se preguntaron si estábamos haciendo lo correcto. Quizás haya en esto una lección para aquellos que se fían demasiado de la primera impresión negándose, solo por los humores iniciales, a algo que puede llegar a ser importante en sus vidas. No todo son vibras, auras y energías; cuenta mucho más el conocimiento que se obtiene tras observar el comportamiento, experimentar las lealtades y los cumplidos compromiso. La certeza de que algo o alguien estará siempre a tu lado no es materia de primera impresión, más bien, de todo lo contrario.]

Llegó a casa por un acontecimiento meramente fortuito, quizá ella intuya que fueron los dioses que desde el comienzo de los tiempos le tenían este espacio asignado, no he reflexionado suficientemente sobre este tópico así que dejaré de lado esta especulación. Uno de los seis cometió una infracción de tránsito, ¡créanme!, en un carrito de golf, (ni el cineasta Luis Buñuel hubiera imaginado más surrealista inicio en una historia) y como no portaba licencia recibió como sanción la “condena” de realizar labor social en algún centro de actividades no lucrativas de apoyo a la comunidad. ¡Y ahí estaba ella!, en el refugio de animales. Esperando, lo entendemos ahora, que la fortuna le enviara a alguno de los seis.

Lo miró, según me comentó él, con esos ojos de tristeza por no poder hablar para decirle llévame contigo. -Ella me escogió-, nos contó entusiasmado a toda de la familia. El resto, hasta el presente, lo relataré en esta historia.

Lo de su nombre no fue problema, tras un breve intercambio se arribó a feliz acuerdo. Aunque algunas veces he dudado si inconscientemente impuse mi jerarquía de jefe de familia. Tampoco se me culpe en demasía, téngase en mi descargo que su color negro marcaba casi el destino de su nombre. Sin embargo, nada me gustaría menos, debido a la propiedad compartida que sobre ella ejercemos los seis, que la pobre tuviera un nombre que no hubiera sido democráticamente elegido. Ahora creo, que se cumplió muy bien el objetivo porque, según entiendo, la función primaria de todo nombre es proporcionar identidad al individuo que lo porta. No conozco a otro u otra con ese nombre, y además me gusta, me parece sonoro y dulce a la vez, tiene firmeza y calidez al mismo tiempo. ¡Trufa!

Pasados los primeros desencuentros, fruto de su infatigable energía que producían mil y una travesura, poco a poco nos fuimos acoplando. Recuerdo el tiempo en que casi nos quedamos sin plantas de jardín e imposibilitados de colgar la ropa y las toallas en los tendederos.

Era una delicia ver a la madre discutir e intentar sin éxito arrebatarle la pieza de ropa íntima, que con ausencia absoluta de pudor y de solidaridad de género, la Trufa exhibía en su hocico muy cerca del portón; hasta que cansada, la madre, le propinaba un severo pero cariñoso escobazo en el lomo acompañado de la amenaza nunca cumplida -pero te voy a pegar más fuerte Trufa- y salía la perra despavorida con la cola entre las patas y con un aullido que sonaba a queja y llanto al mismo tiempo, pero volvía al cabo de unos pocos segundos para intentar terminar su faena, pero la enhiesta escoba le hacía abortar el plan y reculaba cargada de tristeza.

Fue ganando peso, tamaño y madurez y con ella un sobresaliente sentido del deber. Nunca le explicamos sus funciones porque ni siquiera esperábamos que cumpliera alguna, ya que nos contentábamos con el regalo de su compañía. Sin embargo, su instinto le mandó con firmeza que debía cuidar del espacio y con empeño especial de los seis que eran ya su responsabilidad.

Y eso hace hoy con fervoroso celo, recorre infatigable cada rincón de nuestro patio avisando a todos los “posibles enemigos”: los perros del vecino o a cualquier caminante que pase por el frente de nuestra casa que sus amos, “sus excelencias”, están de vuelta y ella está para cuidarlos. Es amiga de la calle y de las muchas fondas de nuestro barrio, “sabe” distinguir con claridad, entre propios, amigos, vecinos y extraños.

Cuando llueve y truena entra en pánico y su natural obediencia sucumbe ante el imperio de su instinto que le obliga a resguardarse dentro de la casa. A nadie que le pide que se salga obedece, solo a mí. No se tome esto como presunción, lo comento porque sé que a pesar del miedo que la paraliza, me obedece por compasión, diciéndose para sus adentros, -a este pobre, que juega a ser el jefe, nunca nadie le hace caso; ayudémosle.

Ir al Oxxo con ella, que siempre está dispuesta, es la mejor terapia en favor de la autoestima. La Trufa cruza la calle por delante sin importarle los carros, en su lógica estos tendrán que detenerse, si alguno intenta ejercer su derecho a transitar ella le lanza acremente una mirada de reproche, como diciéndole –que no ves, tontito, que sus altezas serenísimas están pasando- y uno se ve y se siente como caminando por alfombra roja directo a recibir la corona que lo acredite como Emperador de todo el universo trufístico canino.

Por todo esto bueno que aporta a nuestra vida, la nombramos desde ya: “Nuestro mejor perro familiar”, así que ya está decidido lo que haremos a su muerte: ¡una escultura! Ese será su homenaje, como a Hachikó el famoso perro japonés

Por fortuna falta mucho tiempo, ya que por ahora goza de cabal salud, pero ya está decidido. Solo faltan los detalles, habrá que definir, otra vez en democrática asamblea, el lugar en “su patio” en dónde la colocaremos, y el material (oro de 18 kilates, la más fina madera, o si nos alcanza, pues, de mármol de Carrara).

Ya juzgarán ustedes, mis amigos, si este plan es viable o si es solo una manifestación más de los desvaríos surrealistas que van produciendo este encierro interminable.

A propósito, ¿En qué año estamos?