Hoy contare la historia de una bella joven, con sueños, esperanzas, con defectos y virtudes, con amor y desamor, que orgullosa bajo las faldas de la sierra tranquila vivía.
Siempre se caracterizó por ser amable, limpia, con el espíritu altivo, con el alma llena de paz, los enamorados no le faltaban pero ella se daba a desear, todos sabían que si de su agua se llegaba a beber a su regazo pronto se tenía que volver.
La bella hoy no es la misma y no alcanza a comprender cómo, ni cuando, se comenzó a perder, sus sueños están destrozados, su cuerpo lastimado, su voluntad esta quebrantada, su libertad coartada.
Llena de dolor camina, no se detiene porque sabe que la vida tiene que continuar, se siente sola, tanto, que hasta las urracas parecen negarle su compañía, ya no las escucha por las calles por donde al caer la tarde las veía.
No sabe si fue un mal amor el culpable de todas sus desgracias, no entiende por qué hoy la maltrataran, sólo siente que su cuerpo ya no es el mismo, que esta lastimado, que comienza a mostrar las huellas imborrables de los tiempos vividos, su rostro se llena de dolor, sus ojos de lágrimas y su corazón de rencor.
Tiene tantos buenos recuerdos que se niega a olvidar, su corazón se estremece al escuchar un himno que hoy hasta varias estrofas se quisieran eliminar, porque no quiere que su región dormite, ya no quiere horas aciagas, ni quiere que nadie dé su sangre y su vida.
La tristeza embarga el alma de aquella que sólo quiso dar amor, que dio lo mejor de su vida, que confió en los que le juraron amor a cambio de su entrega, que la utilizaron y después la abandonaron.
Hoy siente la impotencia de no poder defenderse de los que la mancillan, muerde sus labios de rabia y su grito se ahoga en la garganta, quiere decir tantas cosas pero calla, el miedo se apodera de ella, solloza, reza al amanecer y al anochecer para que DIOS le devuelva la paz y tranquilidad que no sabe cuando la pudo perder.
Ella quiere ser nuevamente libre, no sentir en su cielo la sombra de la maldad, añora los tiempos pasados, la tranquilidad de su alma anhela recobrar, desea en la calle ver a sus hijos, por las tardes pasear alegre, por las mañanas salir con ilusiones a trabajar y en el 17 escuchar a las urracas cantar.
Alguien le dijo que para volver a ser la misma necesitaba ser feliz, vivir en paz, como hija del campo y la pradera sabe que la paz es como la siembra que comprende la suma de tareas, desde preparar la tierra, delinear los surcos, seleccionar la semilla y tener las herramientas necesarias, como el trabajo, la educación, los valores para abonarla con respeto y cariño para que resurja la confianza y florezca nuevamente la tranquilidad.
Porque la paz requiere que se tenga buen terreno y condiciones adecuadas para que no surjan circunstancias que la puedan poner en peligro.
La paz requiere de tolerancia, de justicia, de igualdad, solidaridad, responsabilidad de quienes tienen en sus manos los destinos de los pueblos para que tomen decisiones por el bien común, y se nutre de buenas intenciones, de educación, de respeto, compromiso y comunicación.
Victoria se llama, la flor consentida… por eso le canto con el corazón.
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