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LEER Y VOLVER A LEER

(Este programa es público, ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido el uso para fines distintos a los establecidos en el programa)


Por Ernesto Parga Limón

Recién ayer, hablando de literatura con T., le pregunté mostrándole El Quijote; ¿por qué no lo lees?, es un libro que te dejará mucho.

T., a pesar de su juventud lee mucho, muy por encima del promedio, y lee además buenos libros, ahora, me comenta, que está leyendo a Garcia Lorca y mucho a Wilde. Dudo que Beatriz, la de ya sabes quién, lo haya hecho. Así que la anécdota de la pifia resultó casi obligada en nuestra conversación. Le dije… ¿sabes que confundió la nacionalidad de Oscar Wilde llamándolo estadounidense? Su respuesta fue contundente; Wilde hubiera odiado que no se reconociera su nacionalidad; era un profundo nacionalista orgulloso de su origen británico, en ese tiempo, Irlanda pertenecía a Reino Unido, además, remató T., Wilde no tenía la mejor opinión del mundo sobre los norteamericanos.

Dejando de lado las frivolidades, contraataqué… -te pregunté sobre el Quijote, ¿Qué piensas? – T. se detuvo a pensar su respuesta y tras la pausa dijo, -mmm, no se me antoja, creo que ya sé de qué se trata, ya sé mucho de la trama-

No puedo criticar su respuesta, y menos atribuyéndola a su juventud, porque sé que ya llegará el tiempo en que El Quijote, como ya lo han hecho otros clásicos en su vida, le resulte imprescindible, además me parece que es una idea que tiene mucha gente sobre este libro, y sobre otros muy conocidos, ya que han oído tanto sobre ellos, visto quizá una película, leído sus célebres citas; o tal vez hasta algún resumen. Entonces procedí a darle mi opinión o, mejor aún, la de Italo Calvino que en su libro titulado: “Por qué leer a los clásicos” da una respuesta exacta a esa opinión: “Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad”

Algo así como que por mucho que hayas oído, nunca se podrá comparar al deleite de vivir personalmente la experiencia de su lectura. Sucede algo similar con las buenas películas, con todo lo bueno, nunca es suficiente ni hace cabal justicia lo que de ello te digan por más enfática y emocionadamente que lo hagan.

Viendo su interés en el tema, continúe dándole mis propias consideraciones sobre los clásicos y concretamente sobre el Quijote; al que estoy leyendo por tercera vez, me apena decirlo, apenas por tercera vez, pensando en Carlos Fuentes que declaraba que cada año en las vacaciones de semana santa releía el Quijote, encontrando en él una veta inacabable de belleza, humor, y novedad.

La primera vez que das lectura a un clásico, me pasó con el Quijote y con la Ilíada, (que no la “Ileada”, otra reciente pifia, esta vez a cargo de la CONALITEG), quieres que se termine, para de alguna forma dar por cumplida una tarea, las siguientes ocasiones en su lectura lo que menos deseas es que termine. La seducción está ya presente y se convertirá en amor que te acompañará toda la vida, es ahora tu pertenencia y gozoso la compartes, lo citas como si de un querido amigo se tratara.

Pero quizás la pregunta ahora es más obligada… ¿Qué hace que un clásico sea un clásico? ¿Quién lo determina?, antes de dar mi propia consideración es pertinente traer aquí al gran poeta español Pedro Salinas: «los clásicos son los escogidos por el sufragio implícito de las generaciones y de los siglos, por tribunales que nadie nombra ni a nadie obligan, en verdad, pero cuya autoridad, por venir de tan lejos y de tan arriba, se acata gustosamente»

Para mí un clásico se distingue principalmente por su atemporalidad, un clásico no es un libro de ayer, no es historia, un clásico le habla al hombre de todos los tiempos que es, eternamente, el mismo hombre; con dudas, con pasiones, con deseos, con momentos de grandeza y otros de flaqueza. Un clásico como la Ilíada, no narra solo la batalla antigua entre los Troyanos y los Aqueos, narra también las batallas actuales del poder y de los hombres, nuestras miserias se retratan, como nuestros actos de heroísmo y responsabilidad con las causas en las que creemos, todos somos el Aquiles envidioso y vengativo pero también todos podemos ser el Ulises enamorado que anhela volver a casa y que defiende su hogar con asombrosa vehemencia; tal como nos lo cuenta el mismo Homero en la Odisea.

Veamos algunos ejemplos de la atemporalidad del Quijote cuando dice

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida…”

¿Te parece esto actual?, en una época del predominio del dinero sobre los ideales, donde se llega a pensar que hasta las conciencias se pueden comprar.

En los consejos que da Don Quijote a su escudero antes de convertirse, este, en gobernador podemos aprender:

“No andes, Sancho, desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado, si ya la descompostura y flojedad no cae debajo de socarronería.”

“Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala.”

En realidad, consejo no solo para Sancho sino para cualquier gobernante de algún país del trópico aun en nuestros días.

O esta, tan actual, que hace a Cervantes también un escritor clásico más allá del Quijote. De la Gitanilla este bellísimo aliento para tiempos de adversidad:

“Encomiéndate a Dios de todo corazón, que muchas veces suele llover sus misericordias en el tiempo en que están más secas las esperanzas.”

Así pienso que el tiempo que todo lo escruta, pone a cada cosa en su lugar, hace que muera lo de suyo intrascendente, y perpetúa la pluma que tiene eco de eternidad, como los vinos nobles que lejos de agriarse se acendran en sabor y propiedades, y como el oro que siempre vale. Los clásicos por sí mismos, por su mera calidad, sin imposición de nadie, resisten la criba de la historia.

Dice el mencionado Salinas: “La novedad o la antigüedad de un libro nada aseguran respecto a su excelencia, porque precisamente la virtud máxima de la gran obra, de la gran poesía se halla en su capacidad de humillar los días y los siglos, con unas palabras tan bien dichas que siempre quede alguien que no las olvida, y las renueva, y con ello afianza su continuada novedad.”

Ya vendrán los tiempos, en que, con tantito estímulo y motivación, a T. y a cualquier joven que lee, se le aparezca el Caballero de la Triste Figura, y les ayude con su sabiduría a entenderse a sí mismos y al mundo que los rodea.

Que así sea.

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