Sus colaboradores, y los comentaristas más benévolos, afirman que el Ingeniero, siendo un excelente técnico, carecía sin embargo de la malicia para evitar que el economista – de formación académica – y político de profesión, invadiera las atribuciones y facultades que la Constitución Política de Tamaulipas, le señalaba, en su calidad de jefe del poder ejecutivo del estado.
El ingeniero, hombre decente y muy apreciado en la capital del Estado, ciudad en la que había residido la mayor parte de su vida, soportaba con disgusto la intromisión del político, que aun siendo de su propio partido, lo veía como un rival, como un obstáculo para implantar en Tamaulipas las políticas y las practicas del grupo que se asumió como modernizador de la sociedad mexicana.
En los hechos y de forma grosera, el de Matamoros empezó a tomar decisiones, gestionar inversiones, designar funcionarios, proponer ascensos, apropiarse de las estructuras partidistas, definir políticas y pactar con los grupos de poder, mientras el victorense se limitaba a ver acotado en el tiempo y mermado en sus facultades, el encargo que le otorgaron los ciudadanos para gobernar a Tamaulipas
El ejecutivo tamaulipeco, hombre de familia, cuyos sólidos valores morales y religiosidad le fueron inculcados por sus padres, y reforzados y transmitidos a sus hijos con la colaboración de su señora esposa, solo atinaba a repudiar y criticar en silencio, las creencias exóticas y la vida licenciosa que llevaba el joven viudo.
La vida, las costumbres y la rutina del ingeniero, siempre fueron acordes a lo que era propio en un miembro de la elite, de una ciudad provinciana y tradicionalista, como la capital de Tamaulipas. El economista, oriundo de la fronteriza ciudad de Matamoros, donde se vive al filo de la ley y se puede hacer (casi) todo, formado en la ciudad de Monterrey, la urbe industrial forjada a imagen y semejanza de las muy liberales ciudades norteamericanas, con estudios de posgrado en Inglaterra, residente por muchos años en el Distrito Federal, la ciudad más grande del mundo donde se puede ver y disfrutar de todo.
Traje completo, con todo y corbata, en colores serios, era el atuendo característico del profesional de la ingeniería. Sombrero norteño, botines confeccionados a la manera de los que usaba Don Perpetuo Del Rosal, cacique de San Garabato, el pueblo que dibujó el Maestro Rius en la revista de los Supermachos, camisas vaqueras, cinto piteado, hebilla grande y brillosa, pantalones dickies de 14 dólares, era la moda que usaba el mayordomo del rancho del Gobernador, y también el aspirante al senado.
El equipo de colaboradores del victorense, integrado por hombres serios, maduros, discretos, con experiencia en los asuntos que les fueron confiados, de buena conducta personal, con antecedentes familiares intachables, vieron con disgusto como fueron sustituidos poco a poco, de jure y de facto, por una camarilla de jóvenes ambiciosos cuyo entrenamiento para las tareas de gobierno se limitaban al alijo de la maleta del ex diputado federal, por una runfla que inauguró la epoca en que se implantó la mixtura de efebocracia y bonitocracia que por seis años se vivió en el estado.
El ingeniero siempre fue muy respetuoso de su investidura, administraba y dosificaba sus ausencias y sus presencias, cuidaba que su visita a los municipios tamaulipecos fuera un acontecimiento importante, que representara una derrama de beneficios, que fuera relevante para la vida de las ciudades. El matamorense, viudo, sin esposa, sin compañera fija, y con los hijos al cuidado de sus familiares, mal visto en la ciudad sede de los poderes del estado, es un viajero empedernido, un individuo que nunca se está quieto, y por eso es que con el menor pretexto se hacía presente en los 43 municipios del estado, los siete días de la semana. El viajero frecuente – y no lo digo por la promoción de las 2 niñas gratis – participaba en ceremonias tan trascendentes como la inauguración de las obras de impermeabilización de la aula única del jardín de niños Bambi en la colonia Borreguera de Tampico, o en el banderazo para la construcción de 30 metros cuadrados de banqueta en el Dispensario médico de la colonia Aquiles Serdán de Reynosa.
El ingeniero del que les hablo (escribo) es Américo Villarreal Guerra… el economista, seguramente ustedes saben quién es.
Dicen que la historia se repite, que la primera vez se escribe como tragedia, y la segunda como una farsa.