Carlos Ramírez
INDICADOR POLÍTICO
En uno de mis primeros viajes a Europa durante los últimos años de la guerra fría, el ambiente de tensión se resumía en la percepción de los europeos de que los tanques soviéticos estaban cruzando unas cuantas calles del Muro de Berlín. La reorganización geopolítica producto del fracaso de Gorbachov en el escenario internacional alejó la amenaza bélica a una zona acolchonada por los países del bloque soviético que se habían pasado a la OTAN.
Esta percepción permite una lectura estratégica de la crisis de Ucrania más allá de la polarización inducida por los medios de comunicación dominados por el pensamiento geopolítico de Estados Unidos. Y se pueden establecer cuando menos tres puntos centrales de interpretación que la objetividad de las ciencias sociales a veces ayuda a desdramatizar la realidad:
1.- La Casa Blanca de Biden creó las condiciones para llevar a Ucrania a la situación de guerra al buscar la incorporación del país a la OTAN y a la Unión Europea, sin entender la lógica prevaleciente del pensamiento estratégico de la guerra fría de que a Rusia y a China no les convenía la OTAN en sus fronteras. Fue el mismo enfoque aplicado por el presidente Kennedy en la crisis de los misiles de 1962 cuando Moscú colocó misiles a 90 millas del territorio estadounidense.
2.- El estratega Putin le dio una lectura de tensión al escenario de Ucrania y le apostó a que Estados Unidos no iba a mandar tropas a la frontera rusa, dejando al gobierno de Zelenski combatiendo al oso ruso solo con el apoyo retórico de la Casa Blanca.
3.- En la guerra de Ucrania no existen ni buenos ni malos, sino que se trata de una guerra de posiciones estratégicas para reconstruir la hegemonía militar-territorial-política de Estados Unidos ante el restablecimiento paulatina del imperio soviético, la fuerza económica de China y los escarceos provocadores de Corea del Norte.
El cuadro estratégico de Ucrania se puede resumir en un juego de gambitos: Estados Unidos provocó la guerra a través de Zelenski, Rusia pudo haber previsto que ni Estados Unidos ni la OTAN movilizarían las tropas porque sería –ahí sí– el teatro de una tercera guerra mundial nuclear y por ello Putin ha mandado los mensajes de control de la iniciativa nuclear, China está a la expectativa con su juego de ganar-ganar.
La resistencia del gobierno de Ucrania a la invasión rusa extendió el blitzkrieg ruso-estadounidense y creó las condiciones para que Estados Unidos se viera obligado a movilizar tropas propias y de la OTAN en un juego de guerra inevitable. En su primer informe del Estado a la nación, el presidente Biden mostró su carencia de instrumental estratégico y centró la respuesta estadounidense en sanciones que tampoco desmovilizaron ni preocuparon a Putin por su capacidad de respuesta geopolítica.
La única decisión de fuerza que tiene la Casa Blanca para retomar el control del juego de guerra ucraniano radica en el envío de tropas propias y de la OTAN a combatir a Ucrania, una decisión hasta hoy imposible por su debilidad personal y la fragilidad de la estabilidad interna en Estados Unidos para aceptar otra guerra después de los estrepitosos fracasos en Corea, Vietnam, Irak y sobre todo Afganistán.
El alargamiento de la guerra de invasión sin el apoyo militar EU-OTAN y la ineficacia de las sanciones beneficia a Putin. Al parecer, Washington no tenía ningún plan estratégico de guerra para esa eventualidad.
Putin ya habría ganado, EU no pudo definir a Ucrania y la OTAN como la frontera estratégica de Rusia, Putin ya extendió el escenario e irá por la reconquista de las repúblicas soviéticas y al final del día la crisis ucraniana habría fortalecido al jerarca ruso.
La guerra tiene interpretaciones estratégicas no sentimentales. Sin avanzar sobre Rusia, Biden habrá perdido el primer choque militar geopolítico posterior al 9/11 del terrorismo musulmán radical. Ucrania no es Afganistán, sino que constituye una república con instituciones. Zelenski se está ahogando en una guerra que no quería, en una estrategia que no le pertenecía y con un choque con Putin que no deseaba.
La guerra tiene dos desenlaces: la victoria y conquista o el reparto de posiciones que beneficia al que arriesga todo y gana tiempo de batalla.
Los argumentos políticos y sentimentales son válidos, pero no ganan una guerra. Putin no invadió Ucrania como decisión de relaciones públicas, sino que fue una decisión de sobrevivencia geopolítica que lo llevó a usar el argumento de disuasión de tipo nuclear. Y ahí detuvo la ofensiva estadunidense, sin saberse a ciencia cierta si en realidad estaría dispuesto a una tercera guerra nuclear.
La Casa Blanca de Biden provocó la guerra y ahora parece que no sabe cómo salirse de esa situación de conflicto. Biden sí depende del consenso democrático interno y Putin no le alcanza para ganar la reelección, sobre todo con Donald Trump denunciando los negocios del hijo de Biden con la Ucrania de Zelenski.
Y el gran enigma de la guerra EU-Rusia en el campo de batalla de Ucrania tiene un tercer Estado ausente-presente con opciones estratégicas: China y su cálculo para lanzarse sobre Taiwán.
Putin logró encarecerle a la Casa Blanca el costo de la reconstrucción de la OTAN y la guerra podría terminar –como en Cuba– con el compromiso de Ucrania de no entrar a la OTAN ni a la Unión Europea.
La crisis en Ucrania no es una guerra entre buenos y malos, sino un juego de guerra para reconstruir el bloque soviético, redimensionar el imperio estadunidense y reactivar la historia ideológica.
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