Sin gobierno

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Se vale preguntar, ¿a quién aplica el mote de “Ingobernable” (individuo, grupo, institución, alma colectiva) que da título al thriller político estrenado por Netflix el 24 de marzo pasado?

¿A la primera dama EMILIA URQUIZA?, ¿a la patria misma atrapada en una espiral de corrupción y violencia?, ¿a la clase política rapaz, egoísta?, ¿a la élite invisible que mueve los hilos y juega a las marionetas con el presidente?

Primera temporada de 15 capítulos al final de la cuál comprobamos que ninguna relación guarda con la serie norteamericana “House of Cards” (igual, de Netflix) cuyo tema central era la intimidad del poder en la Casa Blanca.

Aquella maldad de terciopelo, reino de lo sutil. Los entretelones sinuosos en la vida de FRANK y CLAIRE UNDERWOOD, narrados con paciente amoralidad y minucioso cinismo.

Nada de esto vemos en “Ingobernable”. Entre otras razones porque desde el primer día matan al Presidente y empieza una persecución infernal contra la primera dama.

También cae por tierra, desde el arranque, la publicitada creencia de que DIEGO NAVA y su esposa EMILIA serían una imitación (vía nombres supuestos) de ENRIQUE PEÑA NIETO y ANGÉLICA RIVERA.

Expectativa manejada como gancho de venta, a la postre resulta falsa. El único parecido entre DIEGO y ENRIQUE es el corte de pelo.
El ficticio NAVA es un mandatario sin partido, empoderado por la vía independiente, de ideales genuinos pero pospuestos, que un día decide aplicarlos y por ello lo ejecutan.

Igual difieren ANGÉLICA y EMILIA. La primera es modelo y actriz, la segunda una activista social, defensora de los derechos humanos que sufrió en su juventud un secuestro.

Personaje heterogéneo, DIEGO luce, en efecto, peinado y modales de PEÑA, aunque su guerra frontal contra el crimen organizado lo aproxima más a FELIPE CALDERÓN y su condición de mártir nos remite a COLOSIO.

INCONSISTENCIAS
Que la serie luzca contenido político y un director “progre” como EPIGMENIO IBARRA no impide que el producto final sea un teleculebrón.

Relato ampuloso, conspirativo, plagado de enemigos ocultos y conjuras criminales donde los perfiles individuales pasan a un segundo plano.

El verdadero protagonista sería la maquinaria ciega del poder, puesta en marcha para purgar sus anomalías (como la Matrix) sin importar si dichas anomalías se ubican en la cúpula.

La historia incluye un complot internacional. Esa garra oculta del imperio donde agentes de la CIA disfrazados de amigos van del brazo con magnates, generales y operadores extranjeros que (por cierto) mastican el español como cubanos de Miami.

Es también un panfleto antimilitar, aunque limitado a una secta de traidores que se identifican por un tatuaje de calavera en el antebrazo.

De todos huye EMILIA URQUIZA con la misma expresión atolondrada que antes le vimos a KATE cuando la PGR hurgaba en su WhatsApp.
Gesto duro, mirada inyectada, fruncida la nariz, perenne rigidez en sus mejillas, ¿necesidades reales del papel o secuelas de la cirugía plástica?

Y bueno, para un realizador exigente como EPIGMENIO IBARRA, alguien debió advertirle que los viejos Jeeps fueron reemplazados por Hummers a finales del siglo pasado.

Historia trágica en la cima del poder, incomprensible que se reduzca a los medios a meras comparsas en torno a voceros oficiales, sin mención alguna a la opinocracia electrónica y escrita.

En ese México donde transcurre una calamidad tras otra, tampoco asoma el poder legislativo, ni partidos opositores que reclamen o pregunten, ni sociedad civil exigiendo respuestas.

¿Parto de los montes?, no necesariamente. Acaso cierto desencanto por las expectativas tan altas que Netflix y la propia KATE dejaron crecer en meses previos.

En fin, viene, al menos, una temporada más.
Pendiente, la opinión definitiva.

BUZÓN: lopezarriaga21@gmail.com

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